La imagen del agua
Las comunidades en ciudad de México afrontan grandes retos relacionados con el manejo del agua. Para Taller Capital, enfrentarse a estos problemas requiere tanto intervenciones culturales como físicas.
En Ciudad de México las inundaciones y la escasez de agua van de la mano, creando dificultades severas para los 22 millones de habitantes de la capital. Los arquitectos Loreta Castro-Reguera y José Pablo Ambrosi han pasado años pensando en la situación del agua tanto de la ciudad como de otras partes del país. Además de crear espacios públicos marcados por la atención al manejo del agua, su firma, Taller Capital, busca oportunidades para cambiar la percepción popular de los sistemas hidráulicos urbanos.
Catarina Flaksman y Sarah Wesseler de The League hablaron con ellos acerca de su trabajo.
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Sarah Wesseler: ¿Porqué es la conciencia pública alrededor de la infraestructura hidráulica una prioridad para ustedes?
Loreta Castro-Reguera: El motivo principal es la intención de transformar la manera en la que las personas se relacionan con el agua.
Ciudad de México, donde vivimos, solía ser un lago. Durante cinco siglos, paulatinamente, se ha ido transformando el territorio, pero aún así hay una permanencia de esa agua que no se ve. Las condiciones del subsuelo y del clima hablan de ella. Tenemos una temporada de lluvias muy larga, que dura medio año, en donde a menudo hay lluvias torrenciales. Y además tenemos un suelo muy suave, que está impregnado de agua porque era el lecho de un lago.
Al mismo tiempo, dada la manera en la que nos hemos provisto de agua potable—que es a través de pozos que succionan agua del subsuelo—con el rápido crecimiento de la ciudad el agua del subsuelo se ha vuelto insuficiente. Hay una paradoja entre ese exceso de agua en época de lluvias y la gran escasez que vivimos todo el año. Antes era solamente la época de secas, pero ahora todo el año tenemos escasez de agua.
Nosotros nos propusimos indagar cómo podemos empezar a generar un cambio o, por lo menos, hacer a la gente reflexionar sobre esta condición. Y nos dimos cuenta que en realidad el agua ha desaparecido completamente de la imagen de la vida cotidiana de la ciudad para convertirse en una imagen europea, de agua ornamental—de agua en fuentes o en espejos de agua.
José Pablo Ambrosi: Un problema relacionado es que hay partes de la ciudad que se han hundido más de 10 metros durante los últimos 100 años debido a la succión de agua potable del subsuelo. Entonces eso también es algo por rescatar en el ámbito de la arquitectura; todos los edificios deben considerar ese problema.
Y también tenemos nosotros, como arquitectos, que plantear soluciones a nuestros problemas de manejo de aguas un poquito innovadoras para no recaer solamente en la solución de los ingenieros. Por ejemplo, un problema muy grave en la ciudad es que los drenajes, debido al proceso de subsidencia, dejan de tener la pendiente para sacar el agua residual, dejan de ser útiles. Nosotros como arquitectos de espacios públicos siempre planteamos que la solución vaya no a través de infraestructura de tubos, sino a través de una infraestructura integrada al paisaje, integrada al diseño urbano.
Catarina Flaksman: ¿Pueden contarnos más acerca de la historia del manejo de aguas en ciudad de México, y cómo ha cambiado a través de los siglos?
Castro-Reguera: Lo más importante sucede a partir de la conquista española de Tenochtitlán, la metrópolis azteca localizada donde Ciudad de México se encuentra hoy, en el siglo dieciséis. Solía ser una ciudad de islotes y canales, pero cuando llegan los españoles hay toda una intención política, económica y religiosa de conquista manifestada también en el ámbito del espacio.
En 1680, el Rey Carlos II hace la ordenanza que luego se convirtió en las Leyes de las Indias: un código de la monarquía Española que sentaba las bases para construir las nuevas ciudades en América. El código recopilaba documentos urbanos elaborados desde el S. XVI. Y era, pues, todo basado en una retícula donde la ciudad partía de una plaza dura, donde tenías, al poniente, la iglesia, al oriente, el palacio de Gobierno. Daba igual si se construía arriba de un lago o en un desierto o en un bosque—había que seguir esa ordenanza. Entonces, en esta forma de hacer, la ciudad completamente se antepone a lo que existía.
En Ciudad de México este estilo de planeación no encajaba con las condiciones naturales locales. Como la Ciudad de México está en una cuenca cerrada, el lago de la cuenca cambiaba de nivel todo el tiempo. En época de lluvias subía de nivel y en época de secas bajaba de nivel. Antes de que llegaran los españoles había canales que dispersaban el agua cuando era necesario. Pero, una vez que estos fueron rellenados para crear calles y plazas, el agua dejó de tener a donde ir. Entonces la ciudad empezó a inundarse con mucha mayor frecuencia.
En 1628, hubo una precipitación muy importante y durante cuatro años estuvo inundada la Ciudad de México. En ese momento el gobierno decidió hacer el Tajo de Nochistongo, la primer gran infraestructura para drenar los lagos que se forman en la Cuenca de México.
A partir de la inundación fue difícil que la gente regresara a vivir en la ciudad, pero finalmente lo hicieron, por ser la capital de la Nueva España. En 1870 regresan los problemas por estas inundaciones, que eran frecuentes, y con el presidente Mexicano Porfirio Díaz, el gobierno empieza a tomar decisiones más enfocadas para resolver el problema. Emprende Porfirio Díaz una gran obra de infraestructura, el Gran Canal del Desagüe—en ese momento el sistema de drenaje más grande del mundo. A los 30 años vuelven a haber problemas y se empiezan a necesitar sistemas de drenaje adicionales.
En 1960 los problemas empezaron a empeorar y las autoridades construyeron el sistema de drenaje profundo: un sistema de tuberías subterráneas profundas e inclinadas. Entonces, finalmente se logra desecar todos los lagos. Ya no había cuerpos de agua; quedó un poco en Xochimilco y algo en Texcoco. Aunado a esto, la ciudad se empieza a hundir con mayor intensidad. La consecuencia directa recae sobre la pérdida de pendiente del drenaje profundo, que no es capaz de sacar el agua por gravedad, sino que empieza a ser necesario implementar un importante sistema de bombeo.
En el año 2006 empieza la construcción del último gran drenaje, que también fue la obra más grande del mundo en esta especialidad en su momento: el Túnel Emisor Oriente.
Entonces es una historia cíclica de grandes infraestructuras de ingeniería hidráulica. No las condenamos, ya que funcionan en cierta medida—hay una ciudad de más de 20 millones de habitantes sobre el lago. Pero en realidad estas obras no solucionan el problema, porque las inundaciones regresan siempre y entonces hay que hacer un tubo más grande, porque el agua en realidad está ahí. Lo que hacemos es sacar el agua del lago, pero el lago todo el tiempo se está llenando con la lluvia.
Flaksman: ¿Pueden contarme acerca de sus proyectos de espacio público en relación a temas de manejo de aguas?
Ambrosi: Tenemos varias obras relacionadas con este tema. Una, El Pabellón del Eco, fue un concurso que se ganó en el Museo del Eco para colocar un pabellón de verano en el patio del museo. Nosotros planteamos al mismo tiempo que creábamos un espacio, generar discusión relacionada con el problema del agua en la Ciudad de México. Lo que hicimos fue colocar una sección del tubo de drenaje profundo—un anillo de siete metros de diámetro que se hace a base de prefabricados de concreto—en el patio.
Para crear el espacio para los tubos de drenaje, los ingenieros insertan una máquina enorme, de aproximadamente cien metros de largo, en la tierra; tiene en frente un disco que taladra un hueco y luego estas secciones prefabricadas de concreto se insertan a lo largo del túnel y dan forma al tubo.
Entonces lo que hicimos fue traer a la vista uno de estos anillos y ponerlo en un contexto de museo de tal manera que el público percibiera esta fricción: ¿Qué son estas piezas de prefabricado de concreto y para qué sirven? Queríamos generar una discusión alrededor de todas estas grandes obras que el gobierno paga para resolver los problemas del agua, pero que no se ven.
A partir de ese pabellón y de nuestra investigación del agua en la universidad, nos buscaron desde la Secretaría de Medio Ambiente de la Ciudad de México (SEDEMA) para hacer un proyecto de cultura del agua. La intención de SEDEMA era solamente poder constatar que a través de una serie de información que se le daba a la población acerca de maneras de ahorrar agua se podía lograr un consumo más consiente—ellos buscaban algo así. Pero nosotros en ese momento estábamos empezando la obra de un proyecto que hicimos con la UNAM, la Quebradora, y necesitábamos comunicar a la población cuáles iban a ser los beneficios de ese parque. Entonces queríamos empezar a transformar el espacio público para que la gente entendiera que podría funcionar como infraestructura.
El tipo de campaña que el cliente proponía hubiera involucrado hablar directamente con habitantes en un barrio de escasos recursos y en uno de clase alta para comunicarles hábitos sobre cómo ducharse o lavarse los dientes en menos tiempo y usando menos agua. En cambio, lo que hicimos fue enfocarnos en dos plazas públicas, una en Polanco y otra en Iztapalapa, que son barrios con condiciones socioeconómicas diferentes en partes diferentes de la ciudad. Activamos estos sitios para hablar sobre la capacidad que tiene el espacio público de vincular una comunidad y de funcionar como una infraestructura para el mejor manejo del agua.
Hicimos el diseño de un pabellón itinerante, montable y desmontable, con piezas de madera de las que se usan para hacer cimbra de concreto. Armamos un pabellón de 60 metros cuadrados en ambos barrios. Ahí dentro se instaló una exhibición, primero contando la historia del agua en la cuenca de México, luego mostrando maneras de ahorrar agua en casa, y después enseñando una serie de proyectos de espacio público que funcionan como infraestructura para mejorar el manejo del agua. E incluimos un elemento para captación de agua: a través de la cubierta y un “tlaloque,” la lluvia se conducía a un galón de agua filtrada donde la gente podía ir, servirse y tomarse un vaso.
Fue muy interesante ver como la gente respondió al pabellón. En Polanco, que es un barrio afluente, a la gente le interesaba mucho entender bien como funcionaba el filtro y como abastecerse de la misma manera en sus casas. Veían toda la exposición y se tomaban su vaso de agua como una experiencia. En cambio, en Iztapalapa, que es una zona de bajos recursos y altamente poblada, la gente llevaba su galón para llenarlo con el agua fresca porque no tenían agua en sus casas. Las complejidades del sistemas de aguan pasaron a un segundo plano—en cambio, los habitantes se interesaron por el hecho de que fuera posible tomar agua de lluvia y emplearla como agua potable.
Represo, otro proyecto que desarrollamos con la Facultad de Arquitectura de la UNAM, esta localizado en Nogales, en la frontera entre México y los Estados Unidos. Este está dentro de la cuenca de un cuerpo de agua artificial que controla escurrimientos de lluvia en temporada, reteniendo parte del agua que cae sobre esta cuenca para evitar inundaciones río abajo. Sin embargo, las condiciones en que lo encontramos eran deplorables, con la cortina del represo dañada y la capacidad de almacenamiento de agua muy reducida.
Lo que nosotros hicimos fue mejorar las condiciones de esta infraestructura y el espacio circundante—que tenía todas las posibilidades de funcionar como área de mitigación de inundaciones—y agregarle el programa del parque. Cuando se requiere el represo totalmente lleno de agua se inunda el parque, y cuando el represo está vacío el parque se puede usar.
No es una cosa fácil porque la gente piensa intuitivamente que cuando un espacio es el lugar de infraestructura hidráulica no se puede utilizar para recreación o deporte. A decir verdad, la cultura del agua en México está tan dañada que los cuerpos de agua se entienden como parte del sistema de aguas residuales, transformándose en lugares contaminados por la calidad de agua y la basura que los habitantes arrojan. Pero si es un parque que además funciona como infraestructura, tienes la ventaja adicional de que la comunidad se lo puede apropiar y cuidar.
Castro-Reguera: Esos lugares de captación y retención de agua, como era el caso del represo antes de la intervención, generalmente están rodeados de un crecimiento urbano irregular. Varias de estas construcciones precarias se encontraban en una condición muy vulnerable, construídas sobre la cortina del represo o a los bordes del agua.
Lo que queríamos hacer no era sacar el agua—sino en vez aprovechar el agua y volverla parte de la vida de la comunidad. Entonces una de las cosas más interesantes fue cómo voltear a toda esa comunidad al agua. En vez de que el cuerpo de agua se percibiera como el patio trasero y sitio de basura, el proyecto lo convierte en el centro, el sitio que amalgama a toda la comunidad a través de una serie de corredores, de andadores, de pistas, juegos infantiles y el propio cuerpo de agua.
Diseñamos un espacio cubierto, pero abierto por los lados, donde se pueden hacer sesiones de baile, donde se puede hacer deporte, pero que además tiene un pórtico que es el umbral y enmarca con un pórtico al cuerpo de agua. Entonces de alguna manera es cómo devolverle la dignidad al cuerpo de agua y a las personas a través del agua—es un elemento que les da identidad.
Wesseler: ¿Cómo ven el futuro del agua y de su propio trabajo en México?
Ambrosi: Es difícil esa pregunta, porque se requiere el esfuerzo de muchas personas para cambiar la cultura del agua.
Pero lo que nosotros vemos como de buenas noticias es que los gobiernos—particularmente en Ciudad de México, pero no solamente—se han empezado a interesar por estos proyectos que se enfocan en mitigar más de un problema. O sea, han comenzado a entender que pueden invertir en un espacio público para generar comunidad y espacios de recreación, pero que estos espacios pueden además resolver problemas de agua u otros retos de infraestructura.
También hay para nosotros un gran campo de acción en volver a ver los sitios donde nunca hace nada el gobierno: esta ciudad informal que necesita de todos los servicios de la ciudad formal, pero donde es muy difícil invertir. Este, desafortunadamente, es el caso en la gran mayoría del mundo urbanizado. Es un tema que se tiene que ir desarrollando. De hecho, ya comienza a suceder, obviamente. Yo lo planteo como la necesidad desde la arquitectura de adquirir un papel más activo, donde no estemos solamente esperando que un cliente venga y diga “hazme este parque o aquel,” sino donde también podamos ir identificando oportunidades para intervenir con proyectos. Esta aproximación plantea la posibilidad de crear intervenciones que actúen tejiendo diversos ámbitos en vertical y adquieran sentido en términos de infraestructura, cultura, ciudad, medio ambiente y hasta economía.
Esta entrevista fue editada y condensada.
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