Buscando sus raíces en la frontera | Condado de Doña Ana

Lucía Verónica Carmona narra su historia de vida como mexicana fronteriza.

Ane González Lara entrevistó a Lucía Verónica Carmona en 2020.

Lo siguiente ha sido editado por motivos de extensión y para mayor claridad.


 

Ane González Lara [AGL]: ¿En qué forma la frontera jugó un papel en la búsqueda de sus raíces e identidad?

Lucía Verónica Carmona [LVC]: Mi travesía en búsqueda de mis raíces e identidad es larga y comenzó con mi despertar en mis primeros años de juventud.

Nací en Ciudad Juárez. Mis abuelos llegaron a Juárez desde la Sierra Tarahumara, pero, al crecer, yo nunca tuve un sentido de mi indigeneidad y nunca fui alentada a aprender más sobre esas raíces, probablemente como un mecanismo para sobrevivir en la ciudad. Integrarme era una manera de sobrevivir en la frontera, así que nunca fui alentada a parecerme a los indios.1Connotación peyorativa.

A diferencia de las mujeres antes de mí, fui muy afortunada al asistir a la escuela secundaria. Cuando tenía 15, trabajaba en las maquiladoras mientras iba a la secundaria por la noche. Si querías una educación, tu horario consistía en ir a trabajar de seis a tres y a clases de cinco a nueve, todos los días de la semana.

Desafortunadamente, perdí a tantos grandes maestros que tuve durante ese tiempo, los años setenta, solo por sus ideologías.2Esto se refiere a la guerra sucia en México, un periodo de conflicto interno entre el gobierno mexicano, bajo el régimen unipartidista del PRI (Partido Revolucionario Institucional), y las organizaciones estudiantiles y guerrilleras de izquierda. Vea más aquí. Esos maestros compartieron con nosotros mensajes de libertad, de ser tu auténtico yo, y la experiencia del amor en lugar del consumismo promovido por el capitalismo. Perder a algunos de mis queridos maestros me causó un gran impacto y comencé a hacer preguntas sobre mis propias raíces y mi origen.

En un esfuerzo por tomar conciencia de nuestra identidad como fronterizos, más allá de mano de obra barata, decidí viajar a áreas rurales de México con un programa para adultos que defendía el español como nuestra lengua. Resultó que aprendí mucho de esa experiencia. Aprendí muchas tradiciones y conocimientos antiguos y también aprendí que el español no era la lengua originaria de mis ancestros. Este proceso me permitió volverme más consciente de mi cultura, mi identidad, mis raíces, mis bisabuelos, la sierra rarámuri y las razones para la discriminación contra el pueblo indígena y mestizo.

Cuando vivía en Ciudad Juárez, no me gustaba cruzar la frontera y no tenía interés en trabajar o vivir en Estados Unidos. Al final, toda mi familia acabó viviendo en Estados Unidos y tenía que pasar temporadas con ellos, pero siempre sentí como que eso no era para mí. Cada vez que dejaba la frontera por largos periodos, ya sea para visitar a mi familia o para participar en programas de educación para adultos, sentía la urgencia de regresar a la región fronteriza, regresar a mi identidad. Mi travesía era casi como un ciclo que me llevaba de vuelta a mi lugar.

En mi proceso de búsqueda, he tenido profundos encuentros y aprendí que hay muchas fronteras: mi frontera en mi pueblo fronterizo, luego la frontera de la discriminación contra las comunidades indígenas, la frontera de la situación entre hombres y mujeres, entre viejos y jóvenes, entre enfermos y aliviados. He visto y vivido muchas fronteras, no solo la que divide a Estados Unidos y México.

AGL: ¿Cómo empezó a ser voluntaria en asuntos de justicia social, tan críticos en la región fronteriza en ese momento?

LVC: Cuando viajé a zonas rurales en México, le dije a los ancianos que estaba buscando mis raíces. Uno de ellos una vez me dijo: “m’hija, tus raíces están en el lugar de donde vienes, ¡están esperando!”. Estaba buscando mi causa y me ayudaron a entender que mi causa estaba justo donde comencé [risas].

Después de regresar a Juárez, la violencia empezó a empeorar a medida que mataban a familiares y amigos. Además, después de los eventos del 11 de septiembre, cruzar el puente a diario se convirtió en una ardua tarea, pues había que esperar más de cuatro horas solo para cruzar. Así que no tuve más remedio que mudarme a El Paso, Texas, donde comencé un trabajo de tiempo completo en una oficina de un notario público, como secretaria para atender a personas inmigrantes que necesitaban llenar el papeleo de los USCIS (U.S. Citizenship and Immigration Services/Servicios de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos). Además de mi trabajo regular, me involucré como voluntaria en proyectos binacionales de derechos humanos, derechos de los inmigrantes y justicia ambiental. Sin darme cuenta, empecé a viajar de nuevo a otros estados con ese trabajo. Pasé cuatro años haciendo eso mientras vivía en El Paso.

En cierto punto, me di cuenta de que necesitaba un grado universitario para avanzar en mi trabajo y volví a la escuela. Me tomó más de siete años obtener mi grado universitario en sociología. Para ese entonces yo ya era una mamá soltera, con un trabajo de tiempo completo, que iba a la escuela y hacía voluntariado como coordinadora comunitaria en diferentes instancias, como el Farmworkers Center (Centro de Trabajadores Agrícolas) en El Paso, la Coordinadora Regional Fronteriza (COREF), La Mujer ObreraLas Colonias de San Elizario, Las Colonias de Nuevo México…

En mi proceso de búsqueda, he tenido profundos encuentros y aprendí que hay muchas fronteras: mi frontera en mi pueblo fronterizo, luego la frontera de la discriminación contra las comunidades indígenas, la frontera de la situación entre hombres y mujeres, entre viejos y jóvenes, entre enfermos y aliviados. He visto y vivido muchas fronteras, no solo la que divide a Estados Unidos y México. —Lucia Veronica Carmona

Carmona en el verano de 2009, en el foro Food Access is a Human Right (El acceso a la comida es un derecho humano), auspiciado por el Border Agricultural Workers Project (Proyecto de Trabajadores Agrícolas de la Frontera), del Farmworkers Center en El Paso, Texas. Crédito: cortesía de Lucía Verónica Carmona.

Cuando iba a la universidad, encontré un libro titulado Global Woman: Nannies, Maids, and Sex Workers in the New Economy (Mujeres globales: niñeras, sirvientas y trabajadoras sexuales en la nueva economía).3Editado por Barbara Ehrenreich y Arlie Russell Hochschild, Nueva York: Metropolitan Books, 2003. Eso me hizo comprender una frontera interna que existía entre mi madre y yo. El libro trata sobre las mujeres que cruzan fronteras internacionales para trabajar, a menudo cuidando niños de otras familias, mientras dejan a sus propios hijos solos con amigos o familiares, a veces durante semanas o meses.

Soy parte de un legado de madres solteras, y en mi caso, también fui una niña a la que su madre dejó sola para trabajar al otro lado de la frontera. Solo sabía que necesitaba a mi madre y no podía entender las razones por las que ella no estaba ahí. Sin darme cuenta, siempre la había juzgado o le había tenido resentimiento por esa razón. No podía ver el panorama completo hasta que tuve ese libro y comprendí las disparidades económicas que existen en la región de la frontera y las separaciones familiares que provocan.

En 2004 me mudé a Las Cruces, Nuevo México, y fui invitada a trabajar en el Colonias Development Council (CDC). El CDC me reclutó porque les gustaba la forma en la que conectaba con las comunidades cuando hacía voluntariado para una organización binacional de derechos humanos, derechos de los inmigrantes, justicia ambiental y mucho más. Antes de trabajar en el CDC, mi trabajo comunitario siempre había sido como voluntaria, después de mi trabajo regular.

 

Carmona denunciando la operation streamline (operación agilizada) y el enjuiciamiento acelerado de personas inmigrantes, enfrente de la corte federal de Las Cruces, Nuevo México. Los manifestantes esperaban bloquear los autobuses que transportaban inmigrantes indocumentados para que no entraran a la corte. Crédito: cortesía de Lucía Verónica Carmona.

AGL: ¿Puede explicar qué son “las colonias” y el trabajo que usted hizo ahí?

LCV: Después de cruzar la frontera México-Estados Unidos, los primeros 40 kilómetros desde la frontera no tienen puntos de control. Después de esa zona, tienes que empezar a pasar los puntos de control. Con el tiempo, muchos inmigrantes compraron parcelas en esa zona subdesarrollada4De acuerdo con el HUD (U.S. Department of Housing and Urban Development/Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de Estados Unidos), “las colonias son comunidades rurales cercanas a la frontera México-Estados Unidos, sin acceso a servicios básicos como agua, drenaje o vivienda”. La falta de datos socioeconómicos ha impedido que las colonias obtengan financiamiento para mejorar su escasa infraestructura. y trajeron sus casas rodantes. La mayoría eran trabajadores migrantes de México que se movían por el área dependiendo de la temporada de cosecha y vivían en esquemas temporales. Así fue como “las colonias” empezaron a crecer y crecer de forma desestructurada.5Colonias History – HUD Exchange, consultada el 25 de octubre de 2020, https://www.hudexchange.info/cdbg-colonias/colonias-history/ A medida que crecieron, también comenzaron a significar votos para los políticos locales, que empezaron a prestarles atención.

Cuando empecé a trabajar en el CDC, ya tenía 15 años de existencia. Abordaban los asuntos de los trabajadores agrícolas, la justicia ambiental y los asuntos económicos y de infraestructura. Conocí a mucha gente y me involucré en esa organización por más de ocho años.

Cada año trabajamos en diferentes proyectos, desde inmigración hasta justicia ambiental. Trabajamos contra vertederos que las compañías querían traer a la región y contra la contaminación del río; luchamos por más infraestructura y la pavimentación de más carreteras… En 2010, dos años antes de graduarme, me involucré en otros proyectos de manera muy orgánica, a medida que disminuían los fondos para el CDC.

Carmona en marzo de 2006, con Vecinos Unidos del Chaparral, Nuevo México, campaña para recolectar firmas contra la propuesta de un vertedero. Crédito: cortesía de Lucía Verónica Carmona.

AGL: Si no me equivoco, durante ese tiempo usted solicitó y obtuvo una beca de la Fundación W. K. Kellogg para expandir sus conocimientos y alcances. ¿Puede contarnos más sobre eso?

LVC: Solicité la beca de la Fundación W.K. Kellogg con una pregunta que enmarcaba mi área de investigación: ¿cómo superamos el trauma histórico intergeneracional? Fui becaria con la comitiva de Nuevo México. La mitad del grupo eran nativos americanos, la otra mitad eran chicanos nacidos y criados en Estados Unidos, y dos de nosotros éramos de la frontera. Yo era la única becaria que se consideraba a sí misma mexicana. Me presenté como mexicana, de la región fronteriza y una persona indígena de esa tierra.

Durante el primer día de mi beca tuve dos revelaciones profundas. La primera tuvo lugar durante una de las presentaciones. Una joven indígena de Michigan, con ajuar de gala, cantó en su lengua y comenzó a hablar con mucho orgullo sobre quién era ella; cómo estaba aprendiendo su propia historia a través de sus padres. Habló sobre la opresión, el desplazamiento y el dolor de su comunidad. Yo estaba maravillada por la manera en la que ella se presentó, tan orgullosa de quién era. En ese mismo momento, me di cuenta de que quería esa confianza para mis jóvenes en las colonias. Quería eso para mi hijo. Quería eso para nosotros, para mí.

Mi segundo momento de revelación fue durante otra presentación. Había una mujer blanca, [que] vestía un huipil,6https://en.wikipedia.org/wiki/Huipil participando como panelista. Cuando la vi, mi primera reacción fue: “¿quién es esa mujer blanca que se presenta como una nativa?”. Estaba tan escéptica… Sin embargo, cuando empezó a hablar dijo que era mexicana, de Chiapas y blanca. Por el color de su piel, había sido rechazada en su propio pueblo y tuvo que trabajar muy duro para poder vestir ese huipil. Tuvo que demostrarle a su gente que estaba lista para ser la voz de los sin voz. Después de decir eso, empezó a presentar la asombrosa labor en la que estaba trabajando.

Eso me hizo pensar en los prejuicios que todos tenemos, unos contra otros: todas esas divisiones, esas fronteras, que se repiten, que todos construimos cuando no nos entendemos con los otros.

Cuando regresé de Michigan, ¡estaba lista! Pero, ¿por dónde empezar?

Quince años antes de ese día, un anciano en Jalisco me dijo: “cuando estés lista para ver, vas a ver. Tienes que regresar a la tierra donde comenzaste”. Así que lo hice. Cinco días después de regresar de Michigan, conocí a Carlos Aceves, quien ahora es mi compañero.

Carlos era un profesor bilingüe que trabajaba en Canutillo, en el Programa Xinachtli, que creó con otros profesores. Durante 20 años habían estado trabajando en ese programa, para introducir conceptos mesoamericanos entre alumnos de educación básica. Cuando lo conocí, él estaba dispuesto a darse por vencido porque la administración había decidido dejar de apoyar el programa, a pesar de su éxito. Cuando nos conocimos y me habló sobre el programa, fue como magia. Yo estaba como: “¡Dios mío, eso es exactamente lo que estaba buscando!”. De inmediato, le pregunté si estaba dispuesto a orientar algunos de sus módulos hacia los padres. Y él preguntó: “¿cómo?”.

Como coordinadora, yo sabía cómo reunir a la gente y eso hice. Mi beca consistía principalmente en que mantuviéramos conversaciones con la comunidad sobre nuestras raíces, nuestros orígenes, el conocimiento de nuestros ancestros.

Al final de la beca de Kellogg, uno de los becarios habló sobre la NACA Inspired Schools Network (Red de Escuelas Inspiradas en NACA). NACA son las siglas de Native American Community Academy (Comunidad Académica Nativa Americana). La red de la NACA estaba enfocada en abordar la situación de los estudiantes nativo-americanos que se encontraban fuera de sus reservas o pueblos, viviendo en la ciudad, y por lo tanto, perdiendo su lengua, sus costumbres y mucho más. Abordaban ese trauma de no saber quién eres tú, de sentirte fracasado y sin propósito. Algunos de sus estudiantes no hablaban muy bien inglés y eran analfabetas. Esos chicos se estaban quedando atrás, como nuestros chicos en las colonias. La NACA utilizó este modelo de escuelas autónomas para emplear la lengua y la cultura [juntas, para] crear un espacio único en el aula y la educación… desde kínder hasta doceavo grado (de 3 a 18 años de edad). En este momento, ellos ya están en su decimoquinto año (20 años) y tienen mucho éxito.

AGL: Esto nos lleva a la escuela comunitaria Raíces del Saber Xinachtli.l¿Puede explicar cómo comenzó la escuela y el trabajo que usted hace ahí?

LVC: El proceso para obtener todas las autorizaciones fue largo. Estábamos desafiando todo el sistema de educación y también teníamos que mostrar evidencia de que un estudiante expuesto al conocimiento mesoamericano tendría éxito en matemáticas, por ejemplo. Durante algunas de las audiencias que tuvimos cuando estábamos tratando de echar a andar el proyecto, se nos preguntó de dónde obteníamos nuestro conocimiento. Debido a que el conocimiento que compartimos proviene de la historia oral de nuestros ancianos y no necesariamente está en los libros, algunos cuestionaron su validez. Incluso preguntaron si era legal. Hubo muchas cosas que tuvimos que defender en esos días. Por fortuna, teníamos testimoniales de jóvenes adultos que habían aprendido de Carlos previamente, así que nos sirvieron como evidencia. También comenzamos a aprovechar proyectos similares en otros estados para mostrar evidencia basada en ellos.

¡Y lo logramos! Actualmente, tenemos 60 alumnos en nuestro programa de preprimaria a quinto grado (de 5 a 11 años de edad). Este es nuestro segundo año de operaciones. Estamos forjando una base en los pequeños y en sus familias al mismo tiempo. Nuestros alumnos de hoy algún día se convertirán en defensores de esta clase de conocimiento, en las escuelas públicas y en sus comunidades.

Empezamos poco a poco y estamos echando raíces. El nombre de la escuela está relacionado con la idea de expandir nuestras raíces. Xinachtli, en náhuatl, significa el momento de transición entre una semilla y una planta. Así es como vemos a nuestros alumnos. Entonces agregamos “Raíces del Saber” al nombre de la escuela. Ahora todos la llaman Raíces o Xinachtli.

Actualmente, en nuestro segundo año de operaciones, incluso con la pandemia, tenemos una asistencia completa de 60 alumnos, 20 por grado: preprimaria, primero y segundo (de 5 a 8 años de edad). También tenemos una lista de espera porque nuestro compromiso es no tener más de 20 alumnos por aula.

AGL: ¿Puede compartir algunos ejemplos de la pedagogía y el conocimiento que sus alumnos reciben en Xinachtli?

LVC: Nuestra pedagogía se basa en la historia oral. Usamos el Calendario Azteca y hablamos con los alumnos sobre su relación con la astronomía, las matemáticas y muchos aspectos de nuestra vida diaria que se relacionan con los ciclos de la vida, la luna, Venus y el sol. Cada mañana, usamos el círculo para fomentar un sentido de pertenencia y comunidad. El círculo también permite a los alumnos aprender a escuchar y a ser pacientes y esperar hasta que el que tenga la varita mágica o la pluma termine de hablar.

En un día regular, antes de la pandemia, la escuela tenía el compromiso de empezar cada mañana con un círculo. Todos en nuestra escuela –el personal, los profesores y los alumnos– saludábamos a los puntos cardinales. Después del desayuno en la escuela comunitaria Raíces del Saber Xinachtli, padres, profesores, personal administrativo y alumnos nos reunimos afuera para un ejercicio social que involucra instrumentos musicales y el agradecimiento a los cuatro puntos cardinales, el cielo arriba y el suelo abajo. Miramos y nombramos cada punto en español y en náhuatl, girando en un movimiento circular, y enunciamos un hecho básico sobre cada punto. Los niños agradecen en cada giro con tambores, cascabeles, palos de lluvia y una concha de caracol que soplan. Este saludo tradicional es parte de nuestro patrimonio nativo americano.

En este momento, con la pandemia, estamos grabando y publicando en YouTube los módulos para que nuestros alumnos los vean en casa. El nombre del canal es Tloke Nauoke.

Carlos Aceves con alumnos, profesores y personal de la escuela comunitaria Raíces del Saber Xinachtil durante su reunión matutina, saludando a los puntos cardinales y tocando el caracol. Crédito: cortesía de Lucía Verónica Carmona.

La mayoría de nuestros alumnos son de bajos ingresos y casi 50% monolingüe en inglés. Esto fue una sorpresa para nosotros, porque aplicamos el modelo 90:10 para que los estudiantes asimilen el inglés poco a poco: 90% de las instrucciones se lleva a cabo en español y 10% en inglés. Los alumnos que hablan inglés se encuentran en una situación similar a la de un estudiante monolingüe en español que va a una escuela pública en Estados Unidos. La diferencia es que nosotros brindamos apoyo a los alumnos que hablan inglés. En la mayoría de las escuelas públicas, cuando llegan alumnos que hablan español, a menudo son segregados. Los ponen en un grupo de ELL (English language learner: aprendiz de habla inglesa), como alguien que está enfermo o es incapaz. Pero en nuestra escuela tenemos a todos los alumnos juntos, incluyendo a los de educación especial. Tenemos mucho aprendizaje interactivo al aire libre y práctico. Aún así, los de preprimaria (5-6 años de edad) también practican matemáticas de tercer grado (8-9 años), geometrías fractales… Es increíble. Y sus padres están como: “¡guau! ¡Todo eso están aprendiendo!”.

AGL: Usted es una cantante muy talentosa y ha usado sus canciones para compartir las realidades de los oprimidos. ¿Le gustaría compartir una de sus canciones con nosotros?

LVC: Sí, esta es una de las primeras canciones que aprenden nuestros alumnos. Ellos aprenden inglés, español y náhuatl, y esta canción celebra las tres lenguas.

(Lucía empieza a tocar su tambor)

Te cuica ahuiyolame Teotatzin Ilhuicamina (x2)
Tlazocamati Teokiahuitl – Tlazocamati huel miac (x2)

I am singing with all my heart the sky is already crying (x2)
Mother Earth is giving and sharing her precious water (x2)

Cantemos con alegría que al cielo le está gustando (x2)
Madrecita Tonanzin las gracias le estamos dando (x2)

Lucía Verónica Carmona. Crédito: cortesía de Lucía Verónica Carmona.

Biographies

Lucia Veronica Carmona

es originaria de Juárez, Chihuahua, de ascendencia rarámuri (tarahumara), y ha vivido en Las Cruces, Nuevo México, durante los últimos 15 años. Después de inmigrar a Estados Unidos, lideró y participó en diferentes campañas locales y movimientos comunitarios a lo largo de la región fronteriza. Mediante su trabajo por la justicia social, se convirtió en coordinadora principal del Colonias Development Council, presidenta de la junta del Sin Fronteras Organizing Project, para los trabajadores agrícolas, y coordinadora regional en el sur de Nuevo México para un proyecto de la iniciativa National Immigrant Farming.

Traducción del inglés al español por Julia Cabrera. Corrección de estilo en español por Beatriz Stellino.

Los puntos de vista aquí expresados son únicamente de los autores y no reflejan la posición de The Architectural League of New York.