Un movimiento de vivienda cooperativa inspirado en la tradición anarquista de Barcelona

Eliseu Arrufat Grau habla de la historia y filosofía de Lacol, una firma de arquitectura Española enfocada en el cooperativismo.

May 8, 2023

Apartamento en La Borda, una cooperativa de vivienda de 28-unidades situada en Barcelona y diseñada por Lacol. Crédito: Alvaro Valdecantos

Current Work en una serie de conferencias con figuras líderes en los mundos de la arquitectura, el urbanismo, el diseño y el arte.

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La firma Barcelonés Lacol, se especializa en el diseño de vivienda cooperativa, ayudando a grupos locales a desarrollar sus propias viviendas, espacios de trabajo y espacios culturales. Establecida al comienzo de la crisis financiera global del 2008, la práctica se inspira en la larga tradición de colectivas obreras del barrio Sants, dónde está basada.

En noviembre 2022, Cristina Gamboa Masdevall y Eliseu Arrufat Grau, dos de los 13 socios de Lacol, presentaron su trabajo en una conferencia de Current Work. Después de la charla, respondieron a varias preguntas de la audiencia pero la sesión acabó antes de haberlas atendido todas. Alicia Botero y Sarah Wesseler de The League condujeron una entrevista con Arrufat para dar respuesta a algunas de las preguntas restantes.

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Alicia Botero: Varios de los asistentes a la charla expresaron interés en aprender acerca de las personas en las cooperativas de vivienda con las que ustedes trabajan. En particular, ¿pueden hablarnos de la demográfica de los participantes y de sus mativaciones para unirse a una cooperativa?

Eliseu Arrufat: El sustrato social es bastante diverso. Es verdad que las primeras cooperativas eran más homogéneas en cuanto a procedencia y a capital intelectual, pero a medida que vamos avanzando, el boca a boca se produce y tenemos más diversidad. Cada promoción ha intentado romper con algún molde y ha ido atrayendo a más gente.

Luego, a nivel generacional, suele haber desde el principio mayor representación de todas las edades. La Borda, nuestra primera vivienda cooperativa, sí tiene gente de todas las edades, hasta el punto de que en España si había algún tipo de cooperativa de vivienda más o menos establecida eran las seniors: cooperativas de gente que quiere envejecer en comunidad y ser cuidada en comunidad y no en residencias al uso.

Notábamos que faltaba un poquito de representación en la demografía de los grupos y hemos intentado buscar. Cada vez más hay más gente no nacida ni criada en Barcelona o en España. Yo creo que esto es importante porque nos permite salir de los guetos blancos—no sé cómo decirlo de la mejor.

Y también se está llevando a cabo una cooperativa no mixta de mujeres y de personas relacionadas con el movimiento LGTBI.

Sí… yo creo que es incipiente, pero que sí que hay una sensibilidad porque no sea solamente un movimiento que satisface las necesidades de los universitarios blancos clase media o casi media. Hay un interés real porque el movimiento pueda cruzar algunas fronteras que socialmente son bastante visibles.

Botero: Entonces, la trayectoria que nos estás describiendo es una de diversificación, donde inicialmente era principalmente la clase media blanca de Barcelona, y ahora están incorporando constituyentes más diversos.

Arrufat: Estamos hablando de un proceso de autopromoción. No es un sistema paternalista, en el sentido de que tú no te apuntas en una lista y hay una gestión por encima. Aquí cada miembro tiene que gestionar algo.

Entonces aproximarse a un lugar que quizá de entrada no te resulte seguro es algo de lo que nos estamos intentando hacer cargo no como arquitectos sino como movimiento, como movimiento de vivienda cooperativa.

La Balma, una cooperativa de vivienda ubicada en Barcelona. Diseñada por Lacol. Crédito: Milena Villalba

Botero: Menionaste algo relacionado a seguridad. ¿Puedes expandir en este punto?  

Arrufat: Si, me refiero a, por ejemplo, una reunión en la que todos somos hombres y haya una mujer que tenga que opinar: este puede no ser un espacio seguro. Puede ser un espacio no seguro si todos manejamos un capital intelectual y tenemos una capacidad oratoria que la persona que venga, por pasado, por idioma, por lo que fuere, no tenga. Puede ser un espacio inseguro uno en el que quizá estemos muchos muy convencidos de algo y haya alguien que llegue con dudas.

Botero: Ok, súper. Y, pasando a la segunda parte de la pregunta, ¿cuáles son las motivaciones de las personas que se unen a cooperativas de vivienda?

Arrufat: Yo diría que van en dos grandes grupos. Una es política: la voluntad de crear una alternativa al modelo de vivienda tradicional—de alquiler o compra. La voluntad de crear nuevos lazos, de que la arquitectura y la promoción de este tipo de vivienda nos permita desarrollarnos mejor como seres humanos. Yo creo que hay una voluntad muy clara de dejar de vivir en lugares que han sido diseñados y pensados simplemente por el beneficio económico. Queremos el beneficio social, ¿no?

Y la otra es la imposibilidad de tener una casa por mucho tiempo, con la seguridad de que nadie te va a echar.

O sea, la otra aproximación es la necesidad: la necesidad de vivienda digna al margen del mercado, de vivienda que nos dé seguridad, al margen de subidas, bajadas, de si Barcelona es una ciudad global, de si en el campo hay migración…

De alguna manera las dos aproximaciones se cruzan y yo creo que casi nadie llega solamente con un vector. Todos llegamos con los dos vectores. Cada uno y cada una con un poquito más de uno o un poquito más del otro.

Un otro vector está dentro de la aproximación política: la necesidad política de romper la familia nuclear, crear nuevas maneras de cuidarse, plantear relaciones humanas más allá de padre, madre, hermano, hermana, novio, novia. Yo creo que estos son lugares que están favoreciendo este tipo de investigaciones, de prototipados, de libertad, al final.

La Balma. Crédito: Milena Villalba

Botero: Otra de las preguntas que hicieron bastantes personas durante la conferencia fue, ¿cómo hacen las cooperativas de vivienda para financiar sus proyectos? y ¿cuál es el rol de ustedes en ayudarles a conseguir fondos?

Arrufat: El mecanismo financiero principal es el banco, pero la banca ética en este caso. Lo que nos ha sucedido es que el banco con el que trabajamos normalmente vio un gran potencial en el movimiento de vivienda cooperativa. Era un banco tan ético que era muy cerrado en cuanto a financiación de proyectos. Entonces, hizo un cambio estatutario para verdaderamente poder incluir este tipo de trabajo… Porque tenían un tope, creo que era de 200,000 € o 300,000 €, y eso, hablando de producir vivienda colectiva, no llega para nada. Han desbloqueado ese tope y lo que han puesto son unas condiciones muy estrictas para que no se pierda esa mirada política de sacar suelo del mercado para hacer vivienda.

O sea, al menos la Constitución española nos dice que la vivienda es un derecho fundamental. Sin embargo, cuando jugamos a un liberalismo global, la vivienda se convierte en un bien de mercado. Y entonces todo el rato jugamos entre lo especulativo y lo fundamental. Y la banca en este caso nos da dinero, pero de alguna manera también nos obliga a mantener esta ética con la vivienda. Se ha vuelto un mecanismo para asegurar que no se pervierta el modelo, que siga siendo una para crear vivienda fuera del mercado especulativo.

Y hay más mecanismos de financiación. Por ejemplo, la ley cooperativa en este caso nos permite varias tipologías de socios y socias. Por ejemplo, La Borda tiene mil socios y socias colaboradores; la campaña de socios fue enorme y cada socio podía comprar unos bonos que, no me acuerdo ahora de la cifra, pero giraba alrededor de los 1,000 €. Entonces mil socios, a 1,000 € es un millón de euros. Aquí hubo una movilización de capital muy grande, más allá del poder adquisitivo de las de las socias promotoras.

Y la tercera pata de la financiación fue gente que tenía capital y que quería que el proyecto sucediera. Hubo algunas negociaciones específicas, no fueron muchas, de gente que podía poner más dinero: 50,000 €, 100,000 €.

Entonces ahí se creó una ingeniería financiera compleja, pero que nos hizo conseguir los 3 millones de euros que valía la obra.

La Borda. Crédito: Alvaro Valdecantos

Entonces los arquitectos… nuestro rol ahí dentro intentamos que no sea nunca un rol de promotor, de developer. Intentamos quedarnos en un rol de arquitectura. Si hay que generar imágenes para animar al personal, si hay que generar planimetría o hay que hacer un estudio de superficies… todo lo que sea imaginar qué podría ser el edificio sí lo hacemos en fases previas.

Los grupos con los que trabajamos están organizados, saben que tienen que movilizar un capital y con ese capital prácticamente los primeros que emiten una factura somos los arquitectos, porque somos a partir de los cuales se empieza a realmente concretar las dimensiones y las características de cada edificio. Y a partir de ahí, antes de llegar a la obra, que es el momento caro, el momento que requiere la mayor parte del capital, con nuestra información es que van al banco, y a buscar más socios.

Botero: Me imagino que ya que ustedes tienen todo este conocimiento de esquemas de financiación, cuando llegan grupos que no saben bien por dónde ir, los pueden guiar un poco.

Arrufat: Sí, pero intentamos no hacerlo. Es decir, hay otras cooperativas que están especializadas en gestión cooperativa.

A partir de la experiencia de La Borda, nos unimos con cooperativas especializadas en gestión y creamos La Dinamo Fundación. Ahora formamos parte del equipo técnico de La Dinamo, que se dedica solamente a promover vivienda cooperativa social en cesión de uso. Lo que hace La Dinamo es aglutinar todos los agentes que puedes necesitar en la promoción. Entonces, si nosotros tres montamos una cooperativa y no sabemos cómo crear un plan económico, no sabemos cómo pedir un préstamo, no sabemos cómo hacer un proyecto arquitectura, iríamos a La Dínamo y le diríamos: «Oye, yo quiero formar parte de La Dinamo y necesito ayuda y asesoramiento». Y La Dinamo te propone toda una secuencia: un calendario y un acompañamiento para que todo pueda pasar en el tiempo que el grupo necesite.

La Borda. Crédito: Lacol

Botero: Okay. Otra participante pidió que le dieran consejos en cuanto a cómo convencer a los jefes de una firma tradicional, con ánimo de lucro, a tomar más trabajo cuyo objetivo principal sea resolver problemáticas sociales. ¿Tienen alguna respuesta para ella? ¿Hay aspectos de su trabajo que creen que serían difíciles de lograr fuera de una práctica colaborativa sin ánimo de lucro?

Arrufat: Wow. No sé…. Lo veo muy difícil.

Yo sé que el concepto sin ánimo de lucro no es muy extendido en cuanto a despachos profesionales. Pero consiste en que yo tengo mi salario y yo cobro mi dinero, pero tengo unos topes. Yo tengo una horquilla salarial de la que no puedo salir. Si sobrepaso esa horquilla el estado español supondrá que me estoy lucrando y me quitará la protección de sin ánimo de lucro.

Mi empresa, mi cooperativa, puede facturar infinito mientras mientras los socios sigamos estas reglas.

Entonces no es el hecho del ánimo de lucro lo que determina mi actividad. El no tener lucro determina cómo me gano la vida en cuanto a poder adquisitivo y en cuanto a que yo no quiero hacerme rico con el dinero de la gente o, en el caso que se dé, con el dinero público. Yo nunca me pagaré un Ferrari, ¿ya?. Yo he aceptado que tendré un tope.

De ahí a la actividad social, que yo creo que son cosas diferentes. Yo creo que se puede llegar a hacer con empresas con lucro—no veo por que no.

Aunque también es verdad que mis clientes, las cooperativas, no sé si me contratarían si yo fuera una cooperativa con ánimo de lucro. Yo creo que están más tranquilas sabiendo que yo no me voy a lucrar.

A pesar de que no tengo por qué ser más barato, porque una de las condiciones que nosotros nos imponemos es la dignidad laboral. El mundo de la arquitectura, al menos en España, está basado casi en la esclavitud de la gente: contratos de medias jornadas por jornadas enteras, estudiantes que no cobran, estructuras inmensas de despachos sin nadie contratado…

Entonces aquí hay una complejidad porque el tejido productivo de la arquitectura a veces no se entiende a sí mismo como si fuera trabajo: se entiende como si fuera una práctica artística y todo el mundo tiene un árbol de dinero en casa.

Entonces es una pregunta que me resulta muy difícil de contestar, porque creo que está cruzada por muchas cosas. Pero bueno, más o menos intentaría diferenciar que la manera en la que yo quiero usar el dinero no determina la actividad arquitectónica que desarrolle.

Botero: Okay. ¿Y en cuanto a la organización de la firma?, porque ustedes no solo son una organización sin ánimo de lucro, son además una práctica cooperativa. ¿Crees que despachos como el suyo se acercan a proyectos sociales de forma distinta a despachos con una estructura más jerárquica? ¿O no necesariamente?

Arrufat:  Yo creo que un poco sí. En una empresa jerárquica en la que hay uno o dos o tres socios o socias y luego hay una masa de trabajadores bastante más amplia, todo pasará por el interés de tres personas, dos personas, una persona. Entonces si esa persona no tiene intereses sociales es muy complejo que un trabajador, una trabajadora, le diga, «Oye, que yo quiero ser más hippie.»

Pero en mi caso somos 13 socios y socias en Lacol. Y nacemos un poco de la militancia, del activismo urbano. Entonces aquí la composición del equipo tiene realmente una vocación de no hacer daño a la sociedad o al planeta. En mi caso yo tengo que escuchar las voces y los deseos de mis 12 socios y al contrario, ellos la mía. Es más fácil tener debates entre iguales, sin que nadie mande y termine un debate diciendo: «Me da igual.»

Yo creo que en ese sentido la organización sí permite o posibilita una práctica más comprometida.

Coòpolis, un espacio dedicado a la economía cooperativa en Barcelona, diseñada por Lacol. Crédito: Alvaro Valdecantos

Sarah Wesseler: Creo que la pregunta original vino de una persona junior en una oficina donde, como mencionaste, probablemente hay unos pocos socies tomando todas las decisiones. Ustedes comenzaron Lacol cuando eran estudiantes y, como nos contabas, eran parte de una especie de activismo urbano en Barcelona. Entonces, desde bastante temprano, decidieron no entrar a la estructura tradicional de una firma en donde probablemente hubieran estado en una situación similar a la de la persona que hizo esta pregunta de «¿Cómo hago que mis jefes hagan trabajo socialmente relevante?».

Pueden hablarnos acerca de ¿porque decidieron tomar esta ruta en vez de elegir una carrera de arquitectura más tradicional? ¿En qué medida se vio la decisión motivada por una noción pragmática de que habían suficientes oportunidades en Barcelona para sostener un despacho desempeñando este tipo de trabajo?

Arrufat: Yo creo que nunca fuimos ambiciosos ni ambiciosa. Ahora sí que diría que somos empresarios y empresarias. Tenemos que crear proyectos; tenemos que buscar tener un volumen de negocio suficiente para mantener la plantilla. Tenemos que tener proyectos identitarios. Tenemos líneas de trabajo diferenciadas. Ahora sí.

Pero hace 13 años, cuando empezamos, éramos muy jóvenes. No teníamos experiencia en nada. No había trabajo. Tenías que irte del país y no queríamos. Simplemente fue una resistencia, ¿no?

Yo creo que la crisis de 2008 lo rompió todo, al menos en el sector de la construcción. Ya no había trabajo, pero rompió los valores, los discursos con los que veníamos creyendo se cayeron todos, al menos para mí.

Nos dimos cuenta de que no queríamos irnos, pero no queríamos trabajar de cualquier manera. No queríamos estar siete años siendo precarios para otra persona hasta que yo consiga hacerme mi pequeño despacho, yo solo o con una personita.

Entonces éramos muy jóvenes. No teníamos familia, no teníamos hipoteca, no teníamos grandes cargas y podíamos un poco, digamos que la inversión inicial fue a base de ser joven y poder precaririzarte sin demasiado daño.

En esta ruptura de valores, empezamos a organizarnos. Pero nunca vimos como una ventana de oportunidad. Un día simplemente y de repente nuestra actividad se conocía por el barrio. Nosotros aprendimos del barrio. El hecho de ser una cooperativa se debe a que estamos en un barrio muy cooperativista, que comprende muy bien y que promueve mucho el autoempleo.

Y nosotros llegamos aquí con la idea de autoempleo. Era como «Ostras, pues para que me pague mal otro tío, me pagó yo mal y me lo monto.» Entonces empezamos ahí. Y poco a poco la gente del barrio empezó a llamarnos: «Oye, yo quiero reformarme la casa.», «Oye, yo quiero hacerme no se que.», «Oye, tal.»…

Y en paralelo a eso que nos daba de comer y nos permitía aprender—porque somos autodidactas, estudiamos arquitectura en la universidad pero casi ninguno de nosotros ha podido trabajar para alguien como para poder aprender el oficio… Y en paralelo a estos trabajos que nos daban dinero y nos permitían aprender, teníamos ese espacio de laboratorio político vecinal que realmente nos permitió probar lo que jamás hubiésemos probado si no hubiera habido la crisis.

Entonces, ahí dentro empezamos a investigar sobre las cooperativas de vivienda, sobre barrios autónomos: gente que fuera capaz de satisfacer sus necesidades sociales sin el Estado y sin empresas para ello. Es verdad que es un barrio con una herencia muy anarquista.

Y creo que es importante decir que durante la Guerra Civil Española, Barcelona estuvo dos años siendo 100% autogestionada. No había alcaldía; no había nada. Era gente organizada en asambleas y en comisiones y en calles y como podía. Como medio mundo, al final, pero bueno, eso en Occidente es menos común.

Y esa herencia no se perdió. Ahí nacieron partidos políticos que siguen vivos hoy, nacieron organizaciones sindicales y organizaciones obreras que hoy siguen vivas.

Y yo creo que el barrio, de alguna manera, ha desarrollado todo eso hacia «Apropiemonos de los de los medios de producción, del trabajo». Y entonces aquí la figura de la cooperativa entra a satisfacer este deseo de autoempleo, de una forma que nos permite plantearnos cuales son nuestras aspiraciones.

Ahora sí, ambiciones. Nunca jamás en la vida habría podido yo hacer solo lo que ha hecho Lacol. Pero si nos juntamos unas cuantas personas sí que podemos desarrollar unos proyectos diferentes. El símil que usamos es siempre el mismo: una persona sola no se puede hacer una casa, pero diez personas hacen diez casas—y de repente entra la economía de escala. De repente te puedes volver un poquito ambicioso.

Entonces, yo creo que sale de ahí—de un barrio que tenía respuestas a una crisis global fuerte y que nosotros teníamos la edad perfecta y salimos en ese mismo instante de la universidad y teníamos necesidad de encontrar respuestas.

También sabemos que, sin la crisis financiera, Lacol no existiría. Hubiéramos trabajado en otros despachos y nos quedaríamos más o menos en nuestras estructuras laborales, pero no creo que hubiéramos hecho… Bueno, ojalá, pero no me atrevo a decirlo.

La Balma. Crédito: Milena Villalba

Botero: Muy interesante que lo enmarquen en términos de necesidad, que digan que si no hubiera habido la crisis, no hubiera habido el impulso…

Arrufat: Me gustaría decirte que no, que yo soy súper puro y súper ético, pero no creo que sea así. Yo necesité una catarsis, necesité verme sin futuro y necesité ver que todo estaba mal y quise comprometerme con lo que yo pensaba que estaba bien—que seguramente es discutible. Yo hablo de mi vida; no digo lo que tiene que hacer nadie.

Wesseler: Es muy interesante como su contexto influenció su trayectoria. Particularmente en comparación a Nueva York que, claro está, es supremamente capitalista.

Arrufat: Yo creo que es muy cultural lo de aquí. Por ejemplo, aquí la figura de la filantropía no siempre se ve con buenos ojos. No soy un gran conocedor de Nueva York o de los Estados Unidos, o de Latinoamérica, pero sé que son lugares donde la filantropía sí existe, sí está más desarrollada. Entonces, yo aquí creo que tal y como lo vivimos nos suena como muy paternalista y muy dirigido, pero desconozco si eso puede ser de otra manera. Entonces aquí, por una falta de referentes de la gente con poder adquisitivo y por una necesidad vital y porque teníamos unos referentes obreros que tenían respuestas, hubo una combinación que nos permitió pensar cómo queríamos organizarnos.

Yo no sé cómo funciona en otros lugares, pero eso a mí culturalmente me resulta muy complejo decir: «Sí, hay que hacerlo así, tenemos que ser todos cooperativistas y da igual». No. Yo sé que en mi realidad, en mi cultura, en mi territorio, en mi contexto y con la crisis que nos vino, hoy lo defiendo y no quiero hacer otra cosa.

De hecho, si tuviéramos que cerrar Lacol porque no hay trabajo, no sé qué sería antes, si cooperativista o arquitecto. Quiero decir, si no encontrara trabajo de arquitecto en cooperativas a lo mejor dejo la arquitectura y me abro una pizzería. No lo sé. Hoy me gusta mucho la manera en la que estamos organizados. Me tendría que ver en esa situación para realmente tomar una decisión. Pero por ahora, toco madera, no nos ha pasado.

Pero vengo a expresar que nos lo creemos, que lo defendemos, que nunca hemos tenido un momento de decir: “¡Ostras! ¿Y si cambiamos la organización y nos volvemos jerárquicos?”

La Comunal, un espacio dedicado a organizaciones cooperativas. Lacol lideró el redesarrollo de la zona, que era previamente industrial. Su oficina está hoy ubicada allí. Crédito: Baku Akazawa

Botero: ¿Ustedes qué tantos proyectos hacen fuera de Barcelona? Tienen una relación tan íntima con su contexto que me pregunto, si les ofrecieran trabajo afuera, o si ha pasado, ¿cuál es su respuesta?

Arrufat: A 300 kilómetros de Barcelona se desarrolla todo nuestro trabajo.

Y sí que hemos intentado alguna vez colaborar con otros despachos para cambiar de escala. Sí que es verdad que ahora quizá uno de los intereses de la cooperativa es conseguir un cambio de escala, porque lo más grande que estamos haciendo son edificios de 40 viviendas. Pero hay una intención de hacer cosas más grandes. Y para eso a veces tienes que mirar un poco más lejos.

Y ahí tenemos un debate: si nos vamos lejos, ¿cómo funciona? Yo no conoceré esa realidad cultural, yo no podré aplicar el criterio con la misma fuerza con la que lo aplico donde vivo. Entonces, tengo que buscar una colaboración local que me dé el mismo feedback que yo puedo obtener aquí.

Y otro problema de trabajar a la distancia es tener la certeza de que no le estamos quitando el trabajo a nadie en otro sitio y un poco mantener el espíritu crítico para ser honestos con nosotros mismos y saber si estamos proponiendo algo con sentido a 2,000 kilómetros… sino mejor me vuelvo a mi cueva y no salgo. ¿No? Nos da miedo a veces llegar a otro sitio y decir: «No, la solución a tu problema es mi solución a mi problema.»

Entonces no se. Nos da miedo, pero sin embargo es algo que queremos que pase.

Botero: Interesante. Bueno, toca volver a hablar en unos cinco años, a ver como se desarrollan las cosas.

Pasemos a la pregunta de otro participante, Tim Keating. Él está cuestionando el potencial de mitigación del cambio climático que tiene la madera masiva, citando estudios en los que ha estado involucrado. Dados los cambios de la continua investigación en distintos aspectos del campo de la sostenibilidad, ¿cómo evalúan ustedes las estrategias ambientales de sus proyectos?

Arrufat: Vale, no lo hacemos solos, ni lo hacemos solas. Colaboramos con asesores climáticos y con ingenierías. Es decir, no pretendemos tener todo el conocimiento y no nos tiembla el pulso a la hora de colaborar y montar equipos un poco más grandes para no decir tonterías, ¿vale?

La estadística que manejamos aquí es que el 50% de las emisiones globales y de la contaminación global es fruto de la industria de la construcción, desde la construcción de materiales hasta el uso de las viviendas: los gases de las calderas, los aires acondicionados… Entonces tomamos conciencia desde ahí.

Y, asesorados con estos equipos, intentamos que nuestros edificios tengan el menor impacto al menor precio. Lo cual es complejo porque me imagino que allí pasa lo mismo que aquí: la ecología es de quien tiene dinero. Si no tienes dinero, no hay ecología.

Entonces, cumplir este criterio es complejo y nuestro valor de referencia siempre es construir con mayor respeto por el planeta de lo que lo haríamos si lo hiciéramos con construcción tradicional—con hormigón y ladrillo. Entonces, siempre que estemos por debajo de ahí estamos más cómodos.

Sí que es verdad que con las crisis económicas actuales: del estocaje, del almacenaje, de la guerra que tenemos en Europa y su impacto a nivel de suministros energéticos, del lobby global del petróleo y el final de la era fósil, los materiales están subiendo de precio a un ritmo bastante insostenible y a veces tenemos que tomar decisiones que no son ecológicas porque tenemos que poner en la balanza si hacemos la casa o no hacemos nada. ¿No? ¿Dónde nos ponemos? Por supervivencia y por creación de vivienda digna.

Entonces, en ese contexto, es importante hablar de cómo elegir materiales y cuál será su impacto, y esto está muy ligado con los precios y la economía. No es lo mismo una cooperativa de 40 unidades que una cooperativa de seis. Su capacidad de hacer frente a mejoras energéticas o mejoras materiales es muy diferente.

Entonces, al final es un cruce de muchísimos factores que nos hacen tomar la decisión. Y sobre todo intentamos que la decisión no la tomemos los arquitectos. Las decisiones materiales, las decisiones fuertes, las que acarrean dinero, hacemos todo lo posible para empoderar a la cooperativa y que sea la cooperativa la que tome la decisión final.

O sea, La Borda no es de madera porque los arquitectos hayamos elegido que es de madera. La Borda es de madera porque los arquitectos dedicamos mucho tiempo y pedagogía al grupo para que el grupo tomara una decisión con conocimiento de causa. Se les ofrecieron muchos datos, muchas comparativas de impactos energéticos, de velocidad de obra, de residuos en la construcción, hasta que la cooperativa dijo: «Vale, vamos a hacerlo de madera».

El diseño de La Borda utilizó madera contralaminada. Crédito: Institut Municipal de l'Habitatge i Rehabilitació de Barcelona

En otras promociones no ha sido así. Entonces, tenemos que aceptar las decisiones del grupo, aunque sí que es verdad que somos más o menos pesados, insistentes, en aquello que creemos que le hace menos daño al planeta.

Botero: La última pregunta es si hay algo que a ustedes les hubiera gustado que la audiencia preguntara o si hay alguna cosa en la que quieran hacer énfasis o que quieran clarificar.

Arrufat: Hay veces que quisieras hablar de cómo te organizas para animar a la gente a romper ese tabú: yo creo que culturalmente estamos muy condicionados a emplear o ser empleados. Y quien ha tenido acceso a un conocimiento de empleador quizá le tenga menos miedo a crear su propia empresa y como tomar las riendas de su vida. Quizá para quién no haya vivido con eso la seguridad de un empleo fijo es como una especie de aspiración que lo da todo.

Y a nosotros [en Lacol] nos gusta hablar de alternativas. No de únicas alternativas; yo creo que nosotros en ningún caso proponemos la verdad del universo. Yo creo que proponemos terceras opciones. En general la gente está muy acostumbrada a lo dual, a lo binario. Y yo creo que [en Lacol] nos interesa muchísimo trabajar… No diré en términos medios, diré en terceras vías.

Yo creo que incluso es interesante a nivel del planeta. Uno de los temas que yo creo que es importante que las cooperativas de vivienda abrazan es el decrecimiento. Todos sabemos que para que 8 mil millones de personas vivan en condiciones de dignidad, Occidente no puede vivir como vive ahora. Es un hecho que para satisfacer el consumo occidental no hay suficiente planeta.

Entonces sí, yo creo que hablar de juntarnos, cooperativizar, diseñar diferente; que la cooperativa sea un nodo lo más autónomo posible a nivel energético, a nivel productivo; organizaciones empresariales que no estén basadas en el lucro o en la economía extractiva de la sociedad—yo creo que esto nos da pistas. Quizá no nos dé verdades todavía—yo no soy ningún genio. Pero yo creo que nos da pistas hacia caminos por los que podamos llegar a un decrecimiento que nos acerque a un lugar más sostenible.

Y bueno, creo que el cooperativismo ahora mismo, tanto de vivienda como de trabajo, nos permite explorar caminos que estaban por abrir y creo que van un poco en la línea de lo que aparentemente podemos necesitar a nivel masivo.

Y lo veo así. También puede ser que yo sea muy naive [se rie], pero lo veo un poco así.

A nivel arquitectónico, yo creo que está bien hablar de qué me supone a mí como arquitecto. Más allá de lo que gano, más allá de cómo me organizo, más allá de si hago algo bien, algo mal, un impacto mejor o peor, como arquitecto es muy interesante porque yo estoy pudiendo desarrollar investigaciones y estoy pudiendo escuchar de primera mano necesidades colectivas. Y con mi equipo y con los equipos de las colaboraciones y con más debates, por ahí realmente podemos intentar dar respuesta a esas necesidades.

La cosa que yo creo que los arquitectos nos dicen desde que entramos en la carrera, es que tenemos que dar respuestas a las necesidades sociales… No sé si es verdad, pero al menos sí que estoy intentando dar respuestas a pequeños grupos de gente que me están haciendo las preguntas directamente. Entonces me veo con el privilegio de producir una arquitectura un poquito más libre y un poquito más comprometida con el usuario final. Y eso para mí es gratificante.

 

Esta entrevista ha sido editada y condensada.

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